Domingo, 26 de enero de 2014
Artículo publicado en LA RAZÓN, suplemento A TU SALUD

Cuestión de exposición

Periódicos, radios y cadenas de televisión suelen contarnos el estudio de turno que, apocalípticamente pregona que, por consumir tal o cual producto alimenticio, estamos ingiriendo más contaminantes de la cuenta. El reflejo inmediato – de los propios autores del estudio- es exhortar a las autoridades sanitarias a que adopten medidas restrictivas, y reprochárselo si no lo hacen de inmediato.  Este tipo de actuaciones, aun cargadas de la mejor de las voluntades y, en no pocos casos, de buena ciencia, no son un modelo de información a la sociedad. Dejemos aparte el que muchos estudios estén hechos… de aquella manera, y aunque sus dueños se empeñen en inferir conclusiones dogmáticas, su significación en términos estadísticos deje que desear.  Lo peor es que casi siempre se obvia un enfoque basado en la dieta total, en la exposición a un contaminante dado… ¡a partir de todas las fuentes capaces de aportárnoslo!  Pocos son los “venenos” calificables de intrínsecamente malos. Como bien dijo aquel, “no hay venenos, sino dosis”. La peligrosidad radica en la frecuencia y cantidad con la que consumamos un alimento que vehicule un contaminante determinado. También influyen los años que nos queden por delante para permitir que ese contaminante, a base de ingresar e ingresar en nuestro organismo, alcance los niveles a partir de los cuáles comenzará a hacernos daño de verdad. Toxicidad crónica por acumulación. Frente a eso, ciertamente, minimicemos la exposición. Cuanto menos y cuantas menos veces consumamos el contaminante, mejor. Barajando todas estas claves, cabe preguntarse – valga un ejemplo- si sugerirle a un consumidor que deje de disfrutar de una perdiz estofada, porque los perdigones remanentes (si los hubiera) le ocasionarán un saturnismo, está verdaderamente fundado…

José Ignacio Arranz Recio
Presidente Foro Interalimentario