DOMINGO, 25 de mayo de 2014
Artículo publicado en LA RAZÓN, suplemento A TU SALUD
La salazón de pescado ha sido y será uno de los métodos más utilizados para garantizar el abastecimiento en periodos de escasez. Ya los fenicios conservaban en tinas con sal los productos de la pesca excedentarios en épocas de fuertes capturas. El Rey Alfonso XIII mandaba salar anchoa en el cantábrico para alimentar a sus tropas en Castilla. Durante la industrialización, a un genio siciliano se le ocurrió meter los filetes ya separados en una lata cubierta con mantequilla derretida y de esta forma se empiezan a comercializar los primeros filetes de anchoa. Con la revolución del consumo se modificaron los parámetros originales para garantizar y prolongar la vida útil del producto, pero la salazón, que no entienden de cambios, es un proceso artesanal que tiene siglos de antigüedad y no puede modificarse sin que pierda parte de su autenticidad.
La industrialización y profesionalización del sector empujó a muchos a primar la cantidad o el rendimiento sobre la calidad. Pero el consumidor es sabio y sabe lo que quiere. El imparable avance tecnológico nos ayuda a mejorar nuestra eficiencia y a garantizar la seguridad alimentaria, pero no deberíamos de olvidarnos de la calidad, de aquella autenticidad perdida. Algunos lo tenemos claro: ¡Hay que volver a los orígenes!
Debemos de tener las mejores factorías, con la última tecnología y el máximo nivel en Seguridad Alimentaria, pero ¿de que nos sirve todo esto si las materias primas son perjudicadas por criterios como el menor coste, mejor disponibilidad, … en definitiva por criterios de COMODIDAD?
La moderna industria alimentaria debe de tener claro este concepto y enfocarse decididamente a que nuestras anchoas, huevas, ahumados, bacalaos, mojamas, etc. sepan como nuestros abuelos nos enseñaron.
María Pilar Gil
Directora de Relaciones Externas, GRUPO GIL COMES